Opinión, Diario La Segunda.
Marta Lagos.
Como ser señora de embajador y no morir en el intento.
Renacen los ataques de la oposición contra los embajadores políticos, pero nadie mira la diplomacia y sus anquilosados problemas.
Me toco ser señora de embajador en Alemania entre 1990 y 1994, con diplomáticos que más que servir a Chile, daban la impresión de que querían vivir la vida de ricos y famosos a costa del Estado. Unos reclamaban por que no les alcanzaba el dinero para que sus hijos fueran a esquiar a los Alpes, otros se compraban autos que no podían pagar o vivían en barrios por encima de sus posibilidades. Gran parte de ellos no podían hablar alemán. Eso en una cancillería anquilosada, burocrática que la dejaba a uno sin calefacción varios días en la mitad del invierno por seguir el conducto regular, para aceptar el presupuesto del arreglo; las consecuencias de un estado asustado por las amenazas de la corrupción que termina siendo ineficiente por justificar procedimientos administrativamente “correctos”
La embajada que me tocó tenía 1000 metros construidos y ningún presupuesto de renovación. Todo era en base a la voluntad de los habitantes temporales de la casa.
Así, la mujer del embajador se transforma en una jefa de eventos en un lugar donde contratar un canapé vale más de un dólar y un ramo de flores, en una florería unos 200.
En la mañana hay que salir a comprar, luego contratar la gente para prepararlas; cuando había grandes cócteles, debíamos empezar cerca de las 6 a.m. a producir. Lo masa cómico es que en la tarde había que estar en la puerta con la sonrisa fresca, saludando, cono si uno hubiera estado a la tarde reposando o en una sesión de masaje.
No tiene nada de glorioso ni brillante hacer bien la tarea de embajador, es un trabajo de sol a sombra, Hay que competir con embajadas que tienen mucho staff y presupuesto para eventos y promociones de sus productos, hay que organizar actividades con los nacionales, hay que dejar a Chile presente en todos los ámbitos. Para ello no hay que tener preparación de embajadas, sino que ser profesional, conocer el idioma, el país, y su gente, tener sentido de servicio público y suficiente energía y ganas de servir y trabajar. Los diplomáticos con que me toco hacerlo consideraban que la mujer del embajador no podía ayudar a levantar una silla o correr una mesa. Una Mentalidad del siglo antepasado, donde el status es más importante que la función y la tarea. Varios de ellos son hoy en día embajadores de “carrera”.
El servicio diplomático chileno no les paga lo suficiente a sus diplomáticos en Santiago para reclutar la mejor gente y los que entran no eran los mejores alumnos, ni multilingües. Cuando salían del país, veían la posibilidad de compensar los sacrificios de estar en Santiago mal pagados y volver a Chile con un auto con franquicia tributaria Muy distinto son los casos de los políticos que entran a la diplomacia con vocación de servicio público, cuyo leitmotiv es el país y su desarrollo.
Desde la época que estuve en Alemania, se ha modernizado la Cancillería y han cambiado prácticas y formas de reclutamiento –han entrado a la carrera profesionales multilingües- , pero no hay todavía una generación de profesionales embajadores. Falta un largo camino para que la Cancillería Chilena deje el apodo de “empolvados”.
Como ser señora de embajador y no morir en el intento es un libro que todavía tengo por escribir, para sacar del romanticismo a quienes creen que la diplomacia es un largo cóctel, donde fluye el licor. Hoy día la diplomacia es un lugar donde se ponen bombas, se secuestra, se promueven productos nacionales, se compite por la atención de los políticos y los empresarios, no un lugar de venias y geruflexiones ante jerarquías irrelevantes.
Todos los diplomáticos de carrera deberían ser “políticos”. La carrera se llama servir a Chile.