jueves, agosto 10, 2006

SEGUNDA CARTA AL MERCURIO

Existe claro consenso nacional en que necesariamente el desarrollo de nuestra sociedad debe contemplar, como elementos esenciales, la no discriminación de género y la igualdad de oportunidades para todos. Por su parte, el Gobierno ha dado muestras de que su accionar parece apuntar en ese sentido.

La función que desempeñan los diplomáticos, por su naturaleza, es objetivamente compleja y el trabajar en el exterior, en representación de nuestro país, conlleva varias particularidades para los cónyuges de los funcionarios.Hoy en día más de un 90% de los cónyuges son Profesionales y para desarrollarse como tal requieren de sendos acuerdos bilaterales que permitan efectuar labores remuneradas. Lamentablemente estos instrumentos sólo existen con un número limitado de Estados. Adicionalmente, por el corto período que dura una destinación en el extranjero, al igual que la permanencia en el país de origen, es virtualmente imposible hacerlo. Y esto, en definitiva, se traduce en un serio daño económico al grupo familiar.

No entraré en el detalle de los costos y sacrificios familiares que implican una destinación en el exterior. Sólo para hacerlos reflexionar nombraré puntos tales como el desarraigo de nuestros hijos y las frustraciones por la inserción en países con culturas e idiomas completamente ajenos al nuestro, que muchas veces dejan huellas más profundas de las que imaginamos.

Se podrá desprender que la vida del cónyuge del diplomático chileno en el exterior está lejos de ser color de rosas, como mucha gente con bastante desconocimiento de la realidad, sugiere. Por eso no es de extrañar el creciente grado de frustración existente entre nuestros pares ante la situación de postergación y desigualdad en que nos encontramos.
Cabe destacar que otras Cancillerías ya han reparado en la figura del cónyuge y han reconocido el invaluable aporte que ellos realizan en beneficio de la imagen del país que representan. No quisiéramos que nuestro país quede ajeno a esta tendencia.

Y para terminar, me gustaría invitar a todos los señores opinologos a un “Tecito,” para que la próxima vez que enjuicien nuestro trabajo lo hagan con conocimiento de causa.
Rosanna Bellolio Pasini.